No exagero si digo que ese libro cambió mi vida en muchos aspectos, porque aprendí a comer y me enseñó bastantes cosas de la industria de la alimentación. Hasta ese día, por ejemplo, yo había estado cenando cereales special K muchísimas veces convencida de que era una cena ligera, apta para perder peso (estaba en plena oposición y había ganado unos cuantos kilos) y muy sana.
En un año con la dieta de la zona gané mucho en salud y perdí mucho peso, también. Me encontraba mejor que nunca, en concentración y en bienestar físico. Ese mismo año aprobé la oposición y empezó el curso selectivo, que básicamente consiste en volver al instituto pero con dinero en el bolsillo... claro, la dieta dejó de ser estricta, pero siempre he mantenido los fundamentos y las cosas que merecen la pena y las que no a la hora de comer. En esto siempre pongo el ejemplo de las patatas fritas: no me merece la pena comer patatas chungas de las que te ponen con una caña, o las de mcDonald´s; al final me siento culpable, y ni siquiera las he disfrutado. Pero sí hay unas patatas que merecen (y mucho) la pena: las que nos ponen en un restaurante al que vamos en familia una vez al año, están taaaaan ricas y tan bien hechas, que me las como encantada. Merece la pena, sin duda, pasarse así.
Y me pasa con unas cuantas cosas, que para mí no cuentan como malas porque cuando algo se disfruta mucho, te sienta bien, no importa lo que engorde o deje de engordar. Como dice @amaya_fitness no es pecar, es vivir.
En enero me he dado mis homenajes particulares...
El roscón de mi madre tiene que estar siempre en primer lugar. Este año no he comido otro y ni falta que me hace, este es insuperable y además ahora que lo comparto con el Chino, con mi hijo y mi sobrina, me sabe mucho mejor :)
El bocadillo de sardinas con tomate natural, mi preferido desde que era pequeña. Podría comer las sardinillas sin pan pero no sería lo mismo, tiene que ser bocadillo en pan-pan.
¿Algún homenaje para compartir?